Las obras que conforman la muestra Letras que no son presentan un sucinto panorama de la vasta y productiva carrera de Beatriz de la Rúa. A través de ellas podemos adentrarnos en el singular universo visual de la artista, caracterizado por composiciones a medio camino entre la figuración y la abstracción, donde expresividad, espacio, pincelada y mancha se revelan como inobjetables protagonistas.

En la mayoría de sus trabajos, de la Rúa aborda los materiales plásticos sin programas ni bocetos previos. Continuando la tradición del automatismo psíquico practicada por los surrealistas, plasma líneas y manchas sobre una superficie diáfana, en la confianza de descubrir luego formas significativas que transmitan la emoción deseada. Así, las piezas surgen en un diálogo íntimo con el azar, los accidentes, lo desconocido, las fuerzas imprevistas. De esta tarea, que la artista lleva adelante con una pericia notable, resultan imágenes que a veces son finales (por ejemplo, en la serie Naturaleza dialogando, 2021), y que en otras ocasiones son el punto de partida para la construcción de una propuesta visual orientada por una vocación de representación evidente (como sucede en Los caminantes, 1997, o Bosque transformado, 2008).

La tinta es el material más recurrente, aunque no es el único ni aparece siempre del mismo modo. En algunas obras está aplicada de manera precisa dando cuerpo a las figuras de un dibujo (Todos miran algo nuevo, 2003) o a las líneas de un conjunto de patrones gráficos (Serie ADN, 2011). En otras, actúa sobre el plano del papel en forma de pincelada, ya sea a través de la elegancia de sus manifestaciones fortuitas (serie Naturaleza dialogando, 2021) como compitiendo por la definición del espacio pictórico (serie Dinamismo espiritual, 2015). En otras, la tinta diluida se impregna sobre el soporte creando campos cromáticos, extensiones líquidas, veladuras o atmósferas de un protagonismo perceptual potente (serie Lugares escondidos, 2006). Y en otras más, se une a materiales texturados ingresando en una tridimensionalidad que es, al mismo tiempo, física y visual (serie Camino a la caverna, 2006).

El espacio sobre el cual se despliegan todas estas variaciones fluidas es casi siempre la límpida geografía de la hoja de papel. Sin embargo, la relación entre materia plástica y soporte, figura y fondo, no es repetida, o por lo menos sus connotaciones no son siempre las mismas. En algunas obras, la superficie blanca que aporta el papel puede ser leída decididamente como un plano o como un fondo – o, para utilizar un concepto tradicional, como un “campo neutro”. Pero en otras, ese vacío adquiere proporciones espirituales o metafísicas. De hecho, este componente anímico está cada vez más presente en la obra de Beatriz de la Rúa, potenciándose en el período de la reciente pandemia global, durante el cual la palabra “espiritual” aparece cada vez con más frecuencia en los títulos.

Finalmente, en las producciones seleccionadas para esta exposición prima la reducción tonal a los blancos, los negros y las gradaciones de grises, aunque de la Rúa explora también otros cromatismos (Espíritu libre, 2020, da magnífica cuenta de ello). Esa decisión – para nada caprichosa, en tanto la vertiente monocroma es representativa de una buena parte del trabajo de la artista – nos invita a considerarlas de manera serena, más allá de los arrebatos emocionales que fomenta el color. Vistas en este modo, no es difícil ver en ellas el testimonio de la búsqueda de un estilo o de un vocabulario formal. Un vocabulario que rehúye de las palabras, en la confianza plena de su poderío visual, elocuente, sensible y espiritual.