En la tradición bíblica hebrea el término ruach designa al aliento vital, al aire que cualquier ser vivo respira y que es el mismo aliento divino que insufló vida al hombre en el momento vertiginoso de la creación. El término se asemeja al prana del hinduismo, al pneuma de los griegos y al alma de los cristianos. Ese aliento circula por los seres vivos y de alguna forma es una red infinita, invisible, indetectable que aglutina todo el universo viviente ahora y desde siempre. No fue la intención de Beatriz de la Rúa ilustrar este concepto ni mucho menos. Pero es difícil no evocar la idea del alma en su último trabajo. Desde hace tiempo, ella ha rehusado a la figuración o a la narración pictórica, en cambio ha elegido un forma de expresión más sutil y metafórica, el grafismo detallado y el módulo que se repite. En cada cuadrado de papel dibuja diferentes estructuras y cada una es sutilmente diferente: un alambrado con nudos, espirales, columnas unidas por ganchos, mares tormentosos, ojos de huracán, zig-zags, columnas apretadas por anillos, ruedas de ocho radios (que recuerdan la forma de representar el camino de lo ocho senderos predicado por Buda), una espesura de rulos y hasta los azulejos rotos de una obra de Gaudí. Ninguna de estas descripciones son las propuestas intencionadas de la artista, pero pretendo demostrar el alto poder evocador que tiene cada una de ellas. No puedo dejar de pensar que cada dibujo es una forma de existencia de un ser viviente. ¿Cómo se disponen estos grafismos? En hileras, una al lado del otro, pero con intervalos de vacíos; como si el alma encarnara en forma de columna (me imagino un ser estable y medido) o de remolino (un ser movedizo e incansable) o de lo que sea; como si el alma necesitara un intervalo de tiempo (sin tiempo) de descanso e inmanencia. El detalle minucioso y concentrado, la repetición de los módulos hace pensar que el quehacer de Beatriz de la Rúa es una forma de mantra dibujado, y como tal un salto de conciencia que le permite trascender las barreras de la razón. La obra parece representar lo que no se puede representar, “de lo que no se puede hablar, mejor es callar”, decía atinadamente el filósofo Ludwig Wittgenstein. De ahí que nuestra artista haya elegido un medio certero y ambiguo a la vez, una mapa de la existencia que puede ser, o simplemente no ser.