Las líneas se abren como la raíz de un árbol imposible. Algunas reveladas, otras escondidas; algunas poderosas, otras condescendientes. El trazo se hace ondulante y parece filtrarse por los escondites que él mismo crea y conforma. Las líneas son como el agua que atraviesa las rocas del arroyo, nada las detiene, pasan por arriba o por el costado de un obstáculo inexistente. Frente a estas obras de Beatriz de la Rúa no se puede dejar de evocar el poema 78 del Tao Te King:

Nada hay en el mundo
más débil y blando que el agua
pero para atacar lo duro y fuerte
nada la supera
ni puede rivalizar con ella (…)

También es difícil no relacionar sus tintas con la pintura china taoísta. La obra de los artistas de oriente buscaban la consonancia con las mutaciones constantes del universo, de las personas y las situaciones. No por nada han preferido la tinta, un medio acuoso que fluye, análogo a las corrientes de aire y de agua que existen per se, independientes de la forma. Tanto en las obras de Beatriz como en el arte chino se pueden observar líneas como venas o hilos de una madeja que se arremolinan como el humo, no como mera abstracción sino como una clara y objetiva representación de los senderos de la energía sutil (chi o ki) que atraviesan el tiempo y el espacio.

La producción artística de Beatriz también se nutre de la tradición occidental, del mundo visible de los sentidos. Entre aquellas líneas danzantes emergen – como en las manchas de humedad del muro, como en las nubes que pasean por el cielo– figuras reconocibles. Si bien el repertorio no es estricto, hay una preferencia amable hacia los rostros. Narices bien definidas que se unen al entrecejo, párpados ovillados dejan escapar un hilo que atraviesa el rostro y llega a la boca para volver a enredarse; las cabelleras de las muchachas se confunden con las líneas ambiguas de la composición, ¿o son esas líneas las que generan la cabellera? las obras de Beatriz logran una conexión armónica entre el mundo de los sentidos (la figuración, sea humana o no) y una dimensión sutil.

En otro grupo de obras también trabajadas con tinta, la línea sigue presente, pero la mancha es más dominante. La imagen es despojada, sin ornamentos ni meandros, en coincidencia con la austeridad zen, con el desapego y el no deseo. En casi toda esta serie hay un lugar ocupado por la nada, no entendida como carencia, sino como no-forma, no-cosa, no-ser; como una universo en potencia. En el arte del Tao el vacío es el elemento primordial, es el comienzo para pintar libremente y poder coordinar mente y mano. Pero es algo más, y mucho mejor lo describe Lao Tse en el poema 16 del Tao Te King:

Consigue el vacío supremo
Y conservarás la paz perfecta.
Todas las cosas que aparecen
Sobre la escena del mundo
Retornan finalmente al vacío y la paz (…)

En las obras de Beatriz se conjugan dos visiones complementarias, la oriental, con la impronta del gesto entendido como producto de una fuerza sutil que atraviesa al artista como canal, y la occidental, con una tendencia a generar figura y narración. En la producción de nuestra artista hay un tránsito pendular entre la representación de una energía inefable y de la materia y, sobretodo, se establece una canal de comunicación entre dos mundos internos que nos abren paso a un universo armónico.