Si rompemos una piedra y los fragmentos de esta piedra, los trozos que obtendremos serán aún trozos de piedra. Lo real se presta a una exploración infinita, es inagotable.
Maurice Merleau-Ponty
Abordamos las producciones artísticas contemporáneas bajo diferentes aspectos, equivalentes e interdependientes, como la forma, el color, el concepto, la tecnología, la materia. Esta última es, para algunos artistas contemporáneos, la que presenta la forma y la que traduce la idea. Ellos piensan y sienten la materia no solamente como una substancia rígida que soporta y estructura la imagen, sino también como una energía con su propio significado. La concepción y práctica de estos artistas permite que en sus obras se crucen y convivan polos contrarios y complementarios: uno, es la materialidad visible y pesada (en el sentido fuerte y arcaico) y otro, la inmaterialidad invisible y eterea que aparece en los procesos de sublimación.
En sus obras recientes, Beatriz de la Rúa privilegia dos materiales que el hombre manipula desde tiempos remotos, el papel y la piedra. Dada la sensibilidad de la artista a las respectivas cualidades, las trabaja con la misma intensidad poética pero con diferentes medios e intenciónes expresivas. Al encarar su producción artística desde el ángulo de los materiales, ella realza los procesos físicos, químicos y técnicos, los accidentes, automatismos y huellas que engendran su obra. Ella exhibe los resultados de las vicisitudes por las que pasa, por ejemplo, el papel de arroz sometido a la acción de la tinta china, de la humedad, de la evaporación y del tiempo.
La mancha es un ser de contornos imprecisos que se derrama y deja halos, filamentos y aureolas que evocan mundos acuáticos y polvorientos, plenos de sombras e historias. En las tintas y aguadas sobre papel de su serie denominada hilos de agua, las sedosas manchas negras y las diáfanas líneas grises hacen reverberar el papel, exhiben su rugosidad y opacidad, su porosidad y su resistencia. Su superficie blanca no es un simple receptáculo ni un soporte plano de los líquidos que lo recorren, percuden y contaminan, sino que el papel mismo utiliza las tintas y el agua para mostrarse en su realidad de papel. Estas obras exigen ser contempladas, alternativamente de cerca y de lejos con atención, paciencia y lentitud. De cerca, encontraremos una infinidad de pequeñas percepciones, detalles, tonalidades, texturas y movimientos: el efecto es táctil-óptico. Vistas a distancia, el caos se ordena, aparece el conjunto y se recupera la forma global: el efecto pasa a ser exclusivamente óptico.
Desde 1987 Beatriz de la Rúa incorpora piedras en sus obras, y desde 1996 las recoje específicamente en Mexico y Brasil: ellas constituyen la Serie de piedras encontradas y la Serie de lugares encontrados. Se trata de ágatas azules y verdes, cuarzos blancos, amatistas y otras piedras duras. Su intención no es clasificarlas para armar una colección. Ellas son la materia prima de nuevos trabajos, que están en pleno desarrollo.
En una de estas series, la obra es la piedra misma, sin alteración alguna por parte de la artista, salvo informaciones escritas y gráficas sobre su procedencia y características. Es necesario aclarar que su elección no es arbitraria: fué mirada por sus ojos, acariciada y sopesada por sus manos, fué “ensayada y probada” una y otra vez (así como no hay equivalencias entre las plantas, tampoco las hay entre las piedras). La elección de un cristal de roca de determinada forma y dimensión, transparencia y peso es una experiencia sensible y también una acción creativa en un peculiar e intransferible “aquí y ahora”. Las piedras no sólo son elegidas por su corteza rugosa o sus bandas traslúcidas, por sus venas concéntricas o su brillo de porcelana, por sus ilusiones ópticas o sus reflejos geométricos, sino porque constituyen una operación estética proyectada en el contexto del arte.
En otra serie de trabajos, la artista proyecta e interviene la piedra a través de un artesano que la secciona en dos partes: el resultado es, por ejemplo, una hidrolita partida de tal manera que deja ver su interior. Esto es, sus heladas capas sucesivas, sus contracciones paralizadas, su barro cristalizado y atormentado, su oscura cavidad central, sus fragmentos cortantes, su magma confuso y caótico. La luz del día entra en la piedra fraccionada, fuerza y descubre su intimidad pero no su misterio.
Actualmente la artista lleva a cabo procesos digitalizados que registran e integran imágenes fotográficas de piedras con imágenes de sus dibujos sobre papel. Esta “alquimia” hace aparecer superposiciones de los grises plomizos de tinta aguada y las duras vetas de la piedra, las refulgencias del papel y la densidad de la piedra. Estos hibridos in progress nos recuerdan las siluetas figurativas de las nubes: evocamos formas larvales, ruinas indecisas, huellas de alfabetos, fantasmas fugitivos, concentraciones de signos indescifrables y constelaciones tenebrosas permeables a la luz. Ante estas obras sabemos o imaginamos que nuestras evocaciones son variaciones sin lógica y sin fin, juegos de oposiciones y contrastes entre la transparencia y la opacidad. En definitiva, es el medium tecnológico óptico-químico-electrónico, que ilumina y reconcilia dos materiales de distinto origen, el papel y la piedra.
Suele ocurrir que en el grandes ciclos de la naturaleza aparezcan correspondencias cromáticas, táctiles, dimensionales y formales entre el reino vegetal y el mineral. Con sus obras, Beatriz de la Rúa afirma que no hay reinos amorfos ni pasivos, neutros ni ciegos. Sugiere otras correspondencias entre la materia y la forma, otros vaivenes entre lo imaginario y lo real, otros vínculos entre visible y lo invisible, otras simetrías entre la levedad del papel entintado y la pesantez de la piedra pulida.