« No se ve gente en este monte.
Sólo se oyen, lejos, voces.
La luz poniente entre las ramas.
El musgo la devuelve, verde. »

Wang Wei (魦维, 699-761 d.C.) – Traducción de Octavio Paz

La voz del silencio invade las obras de Beatriz de la Rúa. La calma que produce la contemplación de la naturaleza libera colores y grafismos de lo más profundo del ser. Lo más intimo en contacto con lo más éxtimo. Así nacen los bosques que crecen con energía en las pinturas donde sutilmente representan lo más profundo. Cada una de las obras es una mirada, un giro, un guiño que nos involucra como espectadores y en un instante nos sentimos parte del mismo.

El silencio no tiene un orden impuesto y deja paso a lo que pueda suceder. Es la posibilidad de escuchar lo sutil, lo que pasaría inadvertido si nos dejáramos invadir por el ruido. Beatriz nos invita al silencio, nos demuestra que allí esta la posibilidad de todo, inclusive y quizás la más importante : escucharnos. Escuchar con la mirada, mirar escuchando. La obra habla. Beatriz pinta y dibuja, pega y construye en calma. Todo puede ser en el vacío. El silencio inicial de la tela en blanco se rompe con la aparición repentina de texturas y trazos de tinta que brotan con energía creativa. Llega el momento del espectador: una artista comprometida sabe que las obras solo le pertenecen a la mirada del otro, quienes van a encontrar en ellas un mensaje que va a nutrir su propia historia.

Los bosques generan un clima, una sucesión de paisajes y tiempo. Recorrer estas obras es sentir, animarse a mirar, a escapar del ruido, encontrándose con uno mismo en el ejercicio de ser espectador / actor. Caminar atravesando los paisajes es ir hacia adentro develando nuestras capas una a una, reconociéndonos profundamente. Así descubrir que estamos llenos de colores, brotes, raíces, sentir que una luz vital ilumina nuestro camino. Alegres y plenos por el paseo interior nos abrazamos a la calma que hoy nos invade. Se llama calma, la disfruto, la respeto y no la quiero soltar… artista y espectador vislumbran la verdad en calma. Beatriz es un cuenco de agua calma del que brotan pinceladas fuertes con impronta segura. Y así nos encontramos siendo uno en la obra: artista y espectador en sutil silencio.