Suele ser vista entre el viento y el cielo.
Armando el nido en una ola de furia.
Volando firme y cierta como una bala.
Presta sus alas a la tempestad
Y cuando rugen los leones en las grutas
Ella planea sobre el abismo y sigue
No busca la roca
La soga, el muelle,
Hace de la inseguridad su fuerza
Y se alimenta del riesgo de morir.
Por eso la veo como una imagen justa.
De quien vive y canta
En la tempestad.
Sophia Mello Breyner
Beatriz de la Rúa es la mujer artista que conocí hace más de diez años. Y con quien seguimos cruzándonos una y mil veces para seguir transitando este camino del arte y la vida. Ella mantiene intacta la luz en su mirada y su sonrisa cómplice, cuando Beatriz llega, el perfume que la caracteriza hace que uno pueda intuirla sin verla.
Una mujer poderosa que transita la vida utilizando los pinceles como extensiones del alma.
Recuerdo sus líneas negras que dibujaban árboles, grafismos, siluetas, inclusive algunas caras que nos miraban. Sus obras fueron ríos de tinta, palabras, hilos de piedra, luego la línea se difuminó en los hilos de agua en blanco y negro, y se convirtió en mancha sobre el papel. Beatriz de la Rúa pinta abierta a la vida tal como dice el proverbio chino:
« No hay que limitar la vida.
Hay que trabajar como ella. »
Como una flor que se muestra en su esplendor hoy las pinturas plenas de colores vivaces y certeros son la impronta, un indicio, una huella, que nada puede borrar. Aparece la gráfica en la obra pictórica. La artista se imprime como única matriz, sobre la tela. Luego aparecen las veladuras y así los colores constelan sobre los lienzos. La serie Jardín cósmico comienza en una mancha impresa y a partir de ese instante las sucesivas capas de pintura dejan ver parte de este inicio que concluyen con pinceladas que iluminan este cielo en la tierra.
Velos, capas, marcas, huellas, tintas, plumas, pinceles y agua hasta llegar a estos pájaros
y flores que anidan en universos azules. La gran imagen no tiene forma dice el Tao. El color tierra es la base de todas las composiciones, así como la tierra es la gran madre que nos nutre y nos alberga.
Esta mujer bella de ojos vivaces nos demuestra que solo cuando uno se para firmemente sobre la tierra puede tocar el cielo. Como esos árboles que ella dibujaba, como esos bosques que hoy son ella misma. Todo es perfecto. El hilo conductor que recorre la vida de Beatriz es el mismo que atraviesa su obra.
Esta muestra nace cuando la galerista ve una obra que se llama Bosque no dominado. El mejor ejemplo para decir que la naturaleza que la habita es libre y tiene sus propias reglas.
En esta exposición las obras nos invitan a recorrer cavernas que enmarcan situaciones en su interior. Hoy el tsunami pasó y Beatriz está parada, enraizada, y sus ramas de mil colores tocan el cielo.