El dibujo esta presente en todas las huellas de la vida y se hace visible desde el andar de los insectos en la tierra hasta en la estela que deja el fugaz meteorito en el cielo.
Así es como premonitorios dibujos nos señalan el destino a partir de las huellas en la palma de la mano. Huellas que se cruzan en todas direcciones como las marcas efímeras de la arena en el desierto.

Frente a un dibujo de B. R. se tiene la sensación de estar frente a cientos de esas huellas que revelan construcciones que llegan de lugares remotos y quieren, en forma desesperada comunicarse. Con un mensaje hermético, pero a su vez de una intensa poesía, propone al espectador la traducción de los más complejos y misteriosos textos.

Como dicen los maestros japoneses del sumi e todo está en dibujar con el máximo de simplicidad y perfección en una sola pincelada. Un mundo monocromo basado en el color negro. Allí se forman las abstracciones, manchas, barras, redes, explosiones y signos que conforman un universo, que al decir de Henri Michaux “es resultado de un movimiento que proviene de mi propio movimiento”.

Es inevitable revisar la historia del arte para encontrar las coincidencias estéticas que reflejan en su obra los artistas zen, el alemán Wols y el propio Henri Michaux que junto a Eduardo Stupia acuden a lo que se podría llamar “el texto en tensión”.

Los dibujos de Beatriz dan la sensación de que nunca se van a agotar, que son infinitos, que se podrían mirar y mirar todos y cada uno de ellos tantas veces como sea posible, donde sé ira descubriendo cada vez un nuevo mensaje. Esa tensión conduce al goce en el silencio más absoluto. Y en ese espacio virtual el vacío creador hará reunir a la acción del artista con la del contemplador.